martes, 1 de marzo de 2011

ISLAS GRIEGAS. TODO UN CLÁSICO


Autor: María José Espinosa

Hoy me voy a convertir en un valiente pirata, o puede que elija ser capitán de un gran barco pesquero. También me valdría ser una intrépida descubridora de nuevas tierras… Da lo mismo, hasta podría ser todos esos personajes, uno cada día, porque una vez que esté en cubierta ya sólo tengo que echar mano a la imaginación y listo. Y es que hoy me voy de crucero. Y qué mejor elección que un clásico entre los clásicos: Grecia y el mar Egeo.
Empezaré en tierra, como buen navegante, para prepararme y hacer acopio de la energía necesaria para embarcarme en la aventura que me espera. Y lo haré en la capital helénica, porque no me lo puedo perder, porque es una visita obligada en este país.

Atenas

He llegado a oír que no vale la pena ir a Atenas porque lo único que hay que ver son piedras. Y a mí se me ocurre responder a ese comentario: “Sí, cierto, pero ¡qué piedras!” Mientras subo la ladera de la Acrópolis ya me acompaña la anticipación que provoca saber lo que voy a encontrar en la cima, porque lo he estudiado en los libros de historia y lo he visto en miles de fotos, y, sin embargo, al llegar, me encuentro con el imponente Partenón y con el templo de las cariátides y es cien veces más impresionante que cualquier foto o cualquier imagen de televisión, porque estoy ahí, “pisando” la historia, paseando por donde lo hicieron los antiguos griegos, con sus túnicas y sus sandalias de cuero. ¿Vale o no vale la pena?

Y tanta emoción da hambre, ¿no? Además tengo que ir bien aviada para el viaje por mar, así que lo mejor es que me siente en alguna de las terracitas del barrio de Plaka (a los pies de la Acrópolis) y deguste una sabrosa mousaka y un plato de sandía para refrescar y endulzar más la jornada. A continuación, dirijo mis pasos hacia el Pireo, el puerto ateniense donde embarcaré rumbo a la aventura.


Puesta de Sol en Rodas
 Esto de los cruceros es una maravilla, tengo un hotel con todas sus comodidades y diversiones y, además, no tengo que estar coge maleta para ir a tal sitio, guarda maleta, saca ropa, coge un transporte, vuelve a cargar con la maleta… ¡¡Qué va!! Aquí ese tema está solucionado. Es el propio “hotel” el que me lleva hasta el próximo lugar que quiero visitar y, en el camino, puedo ir tranquilamente tumbada leyendo al borde de la piscina, tomando el sol o paseando por cubierta mientras oteo el horizonte en busca de… ¡Tierra a la vista!


Seguro que es Mikonos, o quizás sea Santorini, las dos son islas de ensueño, como acuarelas pintadas en tonos azules y blancos donde disfrutar de mágicas puestas de sol, que le dan una pincelada naranja al cuadro. Tal vez las mareas me hayan llevado hasta Creta. Si es así me aventuraré por la ciudad de los caballeros y me internaré en el laberinto en busca del Minotauro sin olvidarme, eso sí, del hilo que me devuelva a la salida. ¿Quién sabe?, puede que el viento haya empujado mi barco hasta Rodas: calles empedradas, playas y calas turquesa, paseos tranquilos bañados por el Egeo.


Lindos
En mi retina quedan impresas las imágenes de lugares exóticos, no he tenido que viajar muy lejos y, a cambio, me he empapado de una cultura distinta a la mía, de historia y de mitos, de paisajes naturales de excepcional belleza. He sido actriz de cine subiendo la pasarela del barco, vigía avistando la ansiada tierra de cualquier navegante, millonaria tomando un cocktail al borde de mi piscina,… Sobre todo, he disfrutado de un viaje distinto, divertido y siempre sorprendente.  

Y, ¿saben qué es lo mejor?, que me siguen quedando infinidad de otras islas a las que navegar en cuanto me apetezca. Tengo todo el Mediterráneo a mi disposición.











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