martes, 30 de agosto de 2011

EL HIERRO. UNA JOYA MUY NUESTRA


Autor: María José Espinosa

Hoy quiero honrar mi tierra, porque sí, porque creo que tendemos, o al menos yo lo hago, a desear destinos lejanos, cuanto más exóticos mejor, cuando nos sentamos a planear –o a soñar- un viaje. Muchas veces he oído decir: “es que esto lo tengo siempre aquí y en cualquier momento puedo ir, pero lo otro, quizás esta es mi última oportunidad”.
Y no digo que sea malo viajar hasta el confín de la tierra, ¡¡qué va!!, pero también hay que acordarse de nuestras joyas y El Hierro, esa isla pequeñita que podría pasar desapercibida en los mapas si uno no sabe buscarla, es uno de esos lugares maravillosos que tenemos aquí al lado, al alcance de la punta de los dedos y que encierra un verdadero tesoro.
Un tesoro de paisajes únicos, de rincones inolvidables, de gentes amables, de buena mesa y, sobre todo, tan nuestro… Y, sí, señores, lo tenemos muy a mano para cualquier ratito, así que, precisamente por eso, vayamos a darnos un salto hasta la isla vecina y descubramos sus secretos.
Durante mucho tiempo esta tierra fue el último punto conocido del planeta. A partir de aquí el océano se acababa y se abría dando paso a un abismo repleto de monstruos terroríficos. Y, claro, siendo así, ¿quién se hubiera atrevido a nadar por estos alrededores? Hoy en cambio, a los herreños se les puede llenar la boca al decir, con orgullo, que esta isla tiene uno de los mejores fondos marinos del mundo y que su costa atrae a submarinistas de todo el planeta por su riqueza marina.



El Hierro es la más pequeña de las islas Canarias, y aún así, tiene una variedad paisajística que no tiene nada que envidiar a ningún otro destino. Porque, ¿dónde encontrarías la originalidad de unos árboles retorcidos por años y años de embates de viento que podrían haberse sacado de un película sobre otros planetas? Pues no hay que irse muy lejos, con acercarte al sabinar lo podrás disfrutar con tus propios ojos.
Y ¿qué decir de su laurisilva, de sus campos de lava, de sus acantilados y calas recónditas, de sus formaciones volcánicas como cuevas y tubos volcánicos? Aquí mismo están, para recorrerlos y sorprendernos por su exotismo. ¿Qué quieres viajar en el tiempo y pensar que has vuelto a la era de los dinosaurios? Vale que no son tan grandes y temibles, pero ciertamente son únicos: son los lagartos gigantes.
Que no se me olviden sus pueblos, sus gentes, sus fiestas, hay que verlo todo, o simplemente retirarse a pasar unos días tranquilos lejos del ajetreo diario paseando por Valverde, dándose un baño en el muelle de la Restinga, peregrinando a la ermita de La Candelaria, tomando el sol, caminando por sus senderos, tranquilamente, sin prisas, para poder saborearlo todo con calma… Esto es un paraíso y no debemos dejar de descubrirlo.
Cuando fui al Hierro era una niña y mis recuerdos están difuminados por el paso del tiempo, pero hay algo que se me quedó grabado en la mente y fue la historia que me contó mi padre sobre un árbol mágico para los bimbaches (los antiguos pobladores de la isla), un árbol que lloraba. Irónicamente no llegamos a visitar esa zona y es algo que tengo pendiente, porque quiero ser testigo de cómo Garoé atrapa el agua de las nubes y las convierte en lágrimas que espero que sean de felicidad… al menos eso es lo que deseo.
No permitas que la idea de cercanía te prive de encontrar toda esa magia en tu propia tierra. No lo pienses más y acércate a compartir los sueños de El Hierro.

martes, 12 de abril de 2011

NUEVA ZELANDA


EXÓTICAS ANTÍPODAS


 Autor: María José Espinosa
Fotos: Yohanna Medina

¿Por qué será que cuanto más lejos está el destino más atractivo nos resulta?
¿Es que en algún momento de nuestra gestación a algunos nos inyectaron un elixir de afán por la aventura, unas gotitas de alma de explorador o algún tipo de encantamiento viajero?
No lo sé, lo único que sé es que en el momento en que oigo las palabras Nueva Zelanda, o alguien me habla de este remoto lugar, o un reportaje me enseña las maravillas de ese país, se me abre el apetito y me entran unas ganas irrefrenables de vivir en primera persona lo que otros me cuentan. Quiero meter en mi mochila viajera trocitos de un mundo que se me antoja exótico y misterioso.

Todo lo que rodea a estas dos grandes islas colgadas en el Mar de Tasmania, en el Océano Pacífico, sugiere aventura, naturaleza, milenios de historia grabada en sus rocas, paisajes increíbles y un algo de salvaje, de cultura ignota que espera ser descubierta. Me imagino un viaje como el que hacían los grandes descubridores de hace siglos pero con las comodidades de nuestro tiempo.
Sueño con embarcarme en una batalla por la libertad, en la que hobbits, elfos, enanos y hombres se enfrentan a las fuerzas del mal de Mordor. Que yo sepa, Tolkien nunca estuvo en Nueva Zelanda, pero gracias a la magia del cine ya es imposible imaginarse su Tierra Media en cualquier otro lugar del mundo.
Y también quiero verlo. Deseo conocer sus cosmopolitas ciudades, ¿por qué no? Visitar Auckland, situada en la isla norte, entre bahías y volcanes, y también llamada ciudad de velas por la pasión que sienten sus habitantes por el deporte en el mar, o Christchurch, en la isla sur, que respira un ambiente muy británico. Quiero saborear las distintas texturas de su variada gastronomía, no dejarme nada atrás, sin probar.
Pero, sobre todo, me encantaría sumergirme en su mar, nadar con focas en Abel Tasman o con delfines en Bay of Islands, volar en globo por su cielo, caminar sus senderos bordeando lagos hirvientes o espumeantes cataratas, ver fiordos sin estar en el norte de Europa, comprobar la actividad volcánica de White Island, navegar en las entrañas de la tierra y ver como las luciérnagas iluminan las cavernas de Te Anau.  ¿Te lo imaginas?

Me encantaría descubrir lo que esconden lugares con nombres tan exóticos como Rotorua, Paihia, Waimangu, Waitomo, Waiotapu… Y encontrar que Nueva Zelanda no sólo invita al calor y el mar, sino que también ofrece oportunidades para los amantes de los deportes de invierno y que, en pleno verano boreal, aquí, en la isla sur, puedo esquiar o necesitar un buen abrigo para patear sus glaciares.

Volcanes milenarios crearon esta tierra de bravos guerreros maoríes que la llamaron Aoteaora (tierra de la gran nube blanca) y cuando pienso en ello veo las danzas escenificadas por el equipo de rugby neozelandés, que dan un poco de miedo pero que también me hacen desear estar allí y sentirlo en mi piel. Intentar comprender una cultura tan diferente a la mía y conocer el porqué de sus danzas, el significado de sus costumbres.
Me dicen que Nueva Zelanda tiene un poco de todo, que sus paisajes son distintos e impactantes, que tiene playas, acantilados, volcanes, lagos, especies animales únicas como el kiwi o el tuatara, que podría ser un descendiente directo de los mismísimos dinosaurios. Me explican que sus gentes son amables y acogedoras, que puedes viajar en plan lujo o aventurarte en una caravana e ir a tu aire, que puedes liberar adrenalina con actividades extremas o relajarte con tranquilos paseos…

En fin, me cuentan tantas cosas y todas tan maravillosas, que no puedo esperar más para hacer la maleta y ser yo la narradora de mi propia aventura neozelandesa. ¿A quién más le apetece?

miércoles, 30 de marzo de 2011

ROMA, AMOR ETERNO


Plaza del Capitolio
 (Piazza del Campidoglio)
primera plaza planificada de Roma.
Autor: María José Espinosa
Fotografias: María Angeles Vázquez

Pisé Roma por primera vez un verano cualquiera de hace muchos años. Ese mismo día me enamoré perdidamente de la Ciudad Eterna. Y se creó un vínculo con su esplendorosa decrepitud que ya nunca se podrá romper. Y sigo visitando Roma siempre que puedo, y volveré a la Fontana de Trevi, y repetiré el ridículo pero romántico ritual de lanzar la moneda al agua para asegurarme, una vez más, mi regreso.

 Plaza de San Pedro
 (Piazza San Pietro)
situada en la Ciudad del Vaticano

Porque Roma tiene un nosequé, un algo inexplicable, que engancha. Por supuesto están sus grandes monumentos, que no hay que perderse: el Coliseo, San Pedro, la plaza Navona, el Panteón, el Foro, la plaza de España, el castillo de Sant Angelo, la Fontana…, pero a mí lo que me encanta es callejear, pasear por rincones como el Campo dei Fiori, el Trastevere, descubrir una pequeña iglesia en cualquier esquina, encontrar una estatua en el patio de una casa desconocida… porque Roma es, en sí misma, un monumento.

El Coliseo de Roma
 (Colosseum en el latin original; Colosseo en el actual italiano)
anfiteatro de la época del Imperio romano

En una ocasión me contaron que existe una “ruta turística” alternativa, a la que sólo tienen acceso algunos privilegiados, que se encuentra dentro de las casas de particulares que un día decidieron hacer una obra en el sótano y se encontraron con maravillas del imperio romano: estatuas, columnas, pedazos de templos… obras de arte que nunca declararon para que no les pararan la obra. No sé si es verdad, yo nunca lo vi, pero parece bastante plausible teniendo en cuenta lo que fue esta ciudad en tiempos del Imperio de los césares.
Pero volvamos a los “grandes”. San Pedro es una maravilla de la arquitectura, independientemente de la religión que se profese. Uno se siente pequeño ante tanta grandiosidad y se te ponen los pelos de punta observando la Piedad de Miguel Ángel o la Capilla Sixtina, en el interior de los museos vaticanos. Vale la pena subir a la cúpula y contemplar toda la ciudad desde los cielos.

Vista de la cúpula, diseñada por Miguel Ángel
 Basílica de San Pedro
(Basilica di San Pietro)

Para seguir con los milagros salidos de la mano del genial artista italiano hay que acercare a San Pietro in Vincoli y ver, a dos pasos, el colosal Moisés, es impresionante. Y no menos espectacular es el Coliseo. La primera vez que lo vi tuve que pellizcarme para asegurarme de que aquello no era un sueño, de que de verdad estaba allí, delante de toda aquella historia. Y vinieron a mi mente imágenes de películas en las que los gladiadores luchan entre sí en la arena del mítico coso.
Y hay que seguir paseando, esquivando los motorinos que surgen de todas partes cuando intentas cruzar una calle. Porque Roma también es bullicio, ruido y tráfico caótico, pero todo eso desaparece cuando entras en la plaza Navona y ves sus monumentales fuentes, o te acercas al Capidoglio a buscar la famosa loba amamantando a Rómulo y Remo, o te imaginas a Audrey Hepburn, paseando en sus Vacaciones en Roma, por la plaza de España.
Por las callejas te encuentras edificios en estado lamentable, paredes desconchadas y hierbajos creciendo por entre las piedras, pero hasta esa decadencia es elegante en Roma y es que, como ya expliqué, aquí no se puede hacer obra, porque a poco que escarbes te topas con una reliquia arqueológica y entonces la obra queda paralizada.
Yo la prefiero así, decadente, romántica, que invita a la ensoñación. Nada tiene desperdicio en esta ciudad, hasta beber de sus fuentes para refrescarte en el tórrido verano, o contemplar la iluminación navideña en el frío invierno… cualquier época imprime una magia especial a la capital italiana.
Plaza de España,
 (Piazza di Spagna).
 El nombre le viene por el hecho de que fue regalada por Fernando el Católico
escalinata que sube hasta la iglesia de Trinità dei Monti. y la barroca Fontana della Barcaccia.
Y, por supuesto, están los italianos, tan latinos, tan encantadores. Cualquier mujer se sentirá halagada con los piropos de los ragazzi, es inevitable.
No basta con una visita. La primera vez te da el tiempo justo para visitar lo imprescindible, pero esta ciudad tiene tantísimo por descubrir que, si te enamoras como me pasó a mí, no te quedará más remedio que volver, y volver, y nunca será suficiente, porque Roma es eterna, no se agota. Y siempre quiero regresar.

El monte Palatino (en latín Collis Palatium o Mons Palatinus)
 forma parte de la llamada Roma Quadrata


martes, 15 de marzo de 2011

PEKÍN, PERLA MILENARIA

Barco de Mármol. Palacio de Verano Yí Hé Yuán "Jardín de la Salud y la Armonía"



Autor y fotografía: María José Espinosa



Caos. Tráfico incesante. Cientos de bicicletas que cruzan por todas partes. Contaminación… Y… escupitajos (sí, leyeron bien, escupitajos. No lo iba a decir pero es una realidad que no se puede ocultar. Los chinos escupen constantemente y en cualquier lugar, les da lo mismo). Y, sin embargo, nada de eso puede enturbiar la grandiosidad de Pekín, su encanto mezcla de decrepitud y tradiciones milenarias.



La Ciudad Prohibida Zǐjìn Chéng, literalmente "Ciudad Púrpura Prohibida"

Tendemos a pensar que Occidente es el primer mundo, el no va más de modernidad e historia y no nos damos cuenta de que la cultura asiática y, en concreto, la china se remonta miles de años. Fueron los chinos los que inventaron el papel, la imprenta, la brújula, la pólvora, la seda, el ábaco, las cometas… Algunas de sus creaciones fueron fundamentales en la divulgación del conocimiento y hay que quitarse el sombrero ante todo ello.
Como también tuve que descubrirme ante la belleza de esta ciudad. Es necesario buscarla, no con los ojos, que se topan con lo más superficial y no siempre bonito, sino más adentro. E incluso los empobrecidos Hutong tienen una luz especial. A lo mejor es que yo soy rara. El caso es que volvería a la capital china si tuviera la oportunidad, porque me queda mucho por descubrir.
Aún así, como primer contacto, tuve la gran fortuna de callejear por los Hutong, cenar en la calle de Los Espíritus, una avenida llena de restaurantes y adornada con farolillos chinos muy pintoresca; y tomar una cerveza en una de las terracitas que rodean los lagos. Viajé en el metro de Pekín y lo recomiendo a todo aquel que se sienta bajito, aquí será un gigante. En fin, todo muy auténtico.
Pero lo que hay que contar de Pekín, además de esas pequeñas cosas, son sus grandiosidades, como la tristemente famosa Plaza de Tiananmen: una explanada gigantesca donde siempre hay una enorme cola de chinos a la espera de visitar el mausoleo donde reposan los restos embalsamados de Mao Tse Tung. En uno de los extremos de la plaza está la entrada a la Ciudad Prohibida y, una vez que cruzas esas puertas, es como si la ciudad, con su tráfico y sus ruidos, desapareciera y entraras en uno de esos gusanos que te transportan en el tiempo y viajaras a la época del gran Imperio Chino. Y puedo asegurar que la experiencia es impresionante.
Con sólo poder visitar esta maravilla ya vale la pena el viaje. Aunque también están el Templo del Cielo, el Palacio de Verano, las Tumbas Ming… y lo que me faltó por ver… Tengo que volver, seguro.

La Gran Muralla China Cháng Chéng, "Larga fortaleza"

Y la guinda, el punto culminante y álgido del viaje llegó con la visita a la Gran Muralla China. Ese día hasta salió el sol para que pudiéramos ser testigos de la inmensidad de esta obra. Tuve que pellizcarme para creer que de verdad estaba allí, y me imaginaba la cantidad de vidas, de esfuerzo que se necesitó para construirla. Debió de ser duro y trágico pero el resultado, desde luego, es impresionante.
La visita a la Muralla tiene dos alternativas: a la derecha, la parte fácil y la difícil por el camino de la izquierda. Por la primera iba muchísima gente. Yo opté por lo complicado y arrastré conmigo a algunos compañeros, que temo que en algún momento se arrepintieron y mentaron a mi familia, sobre todo cuando el desnivel se hace casi imposible. Pero llegamos hasta el final y ese fue el mejor premio a nuestro esfuerzo.
Y ahora la parte práctica, que no me olvido. Sí, las compras, te puedes volver loco a comprar ropa y artículos de marca, todos copias pero de una calidad increíble y baratísimo. Y hay centros comerciales gigantes dedicados a ello… una pasada.
No sé si consigo transmitir las sensaciones que me provocó este viaje, que fueron muchas y muy gratas. Quizás sólo hay una manera de comprobarlo, yendo y viviéndolo en persona.
Y es que los chinos, a pesar de lo pequeñitos que son, lo hacen todo a lo GRANDE.
El Templo del Cielo Tian Tan

martes, 1 de marzo de 2011

ISLAS GRIEGAS. TODO UN CLÁSICO


Autor: María José Espinosa

Hoy me voy a convertir en un valiente pirata, o puede que elija ser capitán de un gran barco pesquero. También me valdría ser una intrépida descubridora de nuevas tierras… Da lo mismo, hasta podría ser todos esos personajes, uno cada día, porque una vez que esté en cubierta ya sólo tengo que echar mano a la imaginación y listo. Y es que hoy me voy de crucero. Y qué mejor elección que un clásico entre los clásicos: Grecia y el mar Egeo.
Empezaré en tierra, como buen navegante, para prepararme y hacer acopio de la energía necesaria para embarcarme en la aventura que me espera. Y lo haré en la capital helénica, porque no me lo puedo perder, porque es una visita obligada en este país.

Atenas

He llegado a oír que no vale la pena ir a Atenas porque lo único que hay que ver son piedras. Y a mí se me ocurre responder a ese comentario: “Sí, cierto, pero ¡qué piedras!” Mientras subo la ladera de la Acrópolis ya me acompaña la anticipación que provoca saber lo que voy a encontrar en la cima, porque lo he estudiado en los libros de historia y lo he visto en miles de fotos, y, sin embargo, al llegar, me encuentro con el imponente Partenón y con el templo de las cariátides y es cien veces más impresionante que cualquier foto o cualquier imagen de televisión, porque estoy ahí, “pisando” la historia, paseando por donde lo hicieron los antiguos griegos, con sus túnicas y sus sandalias de cuero. ¿Vale o no vale la pena?

Y tanta emoción da hambre, ¿no? Además tengo que ir bien aviada para el viaje por mar, así que lo mejor es que me siente en alguna de las terracitas del barrio de Plaka (a los pies de la Acrópolis) y deguste una sabrosa mousaka y un plato de sandía para refrescar y endulzar más la jornada. A continuación, dirijo mis pasos hacia el Pireo, el puerto ateniense donde embarcaré rumbo a la aventura.


Puesta de Sol en Rodas
 Esto de los cruceros es una maravilla, tengo un hotel con todas sus comodidades y diversiones y, además, no tengo que estar coge maleta para ir a tal sitio, guarda maleta, saca ropa, coge un transporte, vuelve a cargar con la maleta… ¡¡Qué va!! Aquí ese tema está solucionado. Es el propio “hotel” el que me lleva hasta el próximo lugar que quiero visitar y, en el camino, puedo ir tranquilamente tumbada leyendo al borde de la piscina, tomando el sol o paseando por cubierta mientras oteo el horizonte en busca de… ¡Tierra a la vista!


Seguro que es Mikonos, o quizás sea Santorini, las dos son islas de ensueño, como acuarelas pintadas en tonos azules y blancos donde disfrutar de mágicas puestas de sol, que le dan una pincelada naranja al cuadro. Tal vez las mareas me hayan llevado hasta Creta. Si es así me aventuraré por la ciudad de los caballeros y me internaré en el laberinto en busca del Minotauro sin olvidarme, eso sí, del hilo que me devuelva a la salida. ¿Quién sabe?, puede que el viento haya empujado mi barco hasta Rodas: calles empedradas, playas y calas turquesa, paseos tranquilos bañados por el Egeo.


Lindos
En mi retina quedan impresas las imágenes de lugares exóticos, no he tenido que viajar muy lejos y, a cambio, me he empapado de una cultura distinta a la mía, de historia y de mitos, de paisajes naturales de excepcional belleza. He sido actriz de cine subiendo la pasarela del barco, vigía avistando la ansiada tierra de cualquier navegante, millonaria tomando un cocktail al borde de mi piscina,… Sobre todo, he disfrutado de un viaje distinto, divertido y siempre sorprendente.  

Y, ¿saben qué es lo mejor?, que me siguen quedando infinidad de otras islas a las que navegar en cuanto me apetezca. Tengo todo el Mediterráneo a mi disposición.











lunes, 14 de febrero de 2011

ISLANDIA, SUEÑOS DE HIELO Y FUEGO

Autor: María José Espinosa





 Islandia suena a misterio, a tierra salvaje que espera ser descubierta y, en cierto modo, así es este país: misterioso por los secretos que encierran sus maravillas geológicas y salvaje por contener una naturaleza indómita moldeada a través de los tiempos por el hielo que cubre parte de su territorio y por su corazón de fuego.

¿Sabías que la palabra géiser viene de Geysir, una de las surgencias de de agua hirviendo que emerge de las planicies islandesas? ¿Y que el primer Parlamento que hubo en el mundo se creó en esta isla? ¿Y qué la capital de estado más al norte del mundo es Rejkyavik?



Son sólo unos datos anecdóticos de un país fascinante, ideal para visitar durante el verano, estación en la que el día “dura” 22 horas. Sí, casi un día entero para no perderte nada, porque luz, desde luego, no te va a faltar.

Primero te encuentras con una ciudad, Rejkyavik, completamente distinta a cualquier otra capital del mundo. Nada de grandes rascacielos o zonas masificadas, al contrario, es el sitio ideal para dar tranquilas caminatas por sus amplias calles, entre casas pintadas de colores alegres, por sus parques o su paseo marítimo. Y, como Islandia es tan especial, ya en la ciudad encuentras oportunidades únicas como bañarte en una playa termal o disfrutar de una comida en la cúpula giratoria del Edificio Perlan donde, además de probar la gastronomía local, puedes empezar a familiarizarte con los fenómenos geológicos de este país gracias a su géiser artificial.

Y después viene lo más asombroso de Islandia: su increíble naturaleza. Pareciera que todas las fuerzas de la tierra se hayan unido aquí para ofrecer a los visitantes los espectáculos más impresionantes. Manantiales en ebullición, cascadas con caídas de hasta 30 metros, los mayores glaciares de Europa, pozas termales, chorros de agua hirviendo que escupe la tierra cada cinco o diez minutos hacia el cielo islandés y la única grieta que separa dos placas continentales que se puede ver por encima del nivel del mar.

No hace falta ser un gran deportista para disfrutar de todo esto, pero si tienes espíritu aventurero también puedes hacer travesías por los glaciares, alquilar un 4x4 y adentrarte por sus planicies en busca de ríos y manantiales volcánicos, ascender a la cima del volcán Hekla, si su actividad te lo permite, navegar en una laguna glacial…

Y si te atreves con el frío, en invierno el cielo islandés se cubre de luces fantasmagóricas y de brillantes colores dibujando las conocidas y, no por ello menos impresionantes, auroras boreales. El 2011, cuentan los expertos, es un año excepcional para ver este tipo de fenómeno porque se da la mayor actividad solar en once años. ¿A qué esperas?
Lo mejor de todo es que Islandia se adapta a distintas necesidades. Por ejemplo, si no tienes muchos días, en la región del sur, dentro de un área relativamente pequeña,  tienes la posibilidad de visitar glaciares, cascadas, balnearios termales y, cómo no, el espectáculo inigualable de un géiser: primero verás una burbuja gigante de un intenso color azul turquesa que se convierte, en unos segundos, en un chorro que pretende tocar el cielo. Vale la pena experimentarlo.
Y si cuentas con más tiempo, puedes, además, llegar hasta la región del norte, donde encontrarás campos de lava, fumarolas, solfataras, volcanes de lodo y podrás avistar ballenas desde Húsavik. Otra opción, al sureste de la capital, es el bosque de Thor, situado entre glaciares y salpicado de gargantas, cañones y ríos.

No hay duda. Islandia te espera, no te lo puedes perder.



jueves, 27 de enero de 2011

PERÚ, UN VIAJE AL OMBLIGO DEL MUNDO

Autor: María José Espinosa






La cima del mundo está en Wayna Picchu, o al menos eso es lo que se siente al ascender a esa montaña joven que corona la ciudadela de Machu Picchu. Después de haberte maravillado con el paisaje que se abre ante ti al llegar a la ciudad inca, aún tienes la oportunidad de experimentar nuevas emociones en la subida a Wayna Picchu.

Los escalones tallados de forma irregular por las sabias manos de los antiguos pobladores del Cuzco trepan por la ladera de este pico en desniveles que, en ocasiones, resultan imposibles. Parece que nunca llega el final, pero cuando por fin te encuentras en el punto más alto, cualquier esfuerzo anterior queda olvidado por la recompensa de estar allí arriba, con el mundo a tus pies.

Ahí estás tú, solo con los apus (dioses de las montañas) y decenas de mariposas que revolotean a tu alrededor. Al fondo del cañón, entre los cerros, serpentea el río Urubamba llevando vida a todo el valle que lleva su nombre. Más cerca, y aún a tus pies, se extiende, como una alfombra arcana, las ruinas de Machu Picchu. ¿Puedes imaginar una sensación más mágica?

Y es que estas montañas que un día eligieron los incas para construir su ciudad están llenas de incógnitas y misterios. Hasta 1911 nadie salvo los habitantes de esta zona sabía de su existencia y es fácil de entender cuando llegas, tras un viaje en un tren sacado de una película, a Aguas Calientes, la pequeña población situada a los pies del cerro.
Si miras hacia arriba solo se ve las laderas de los picos circundantes y la vegetación que los adorna. Nada hace pensar que pueda haber algo más en la cima.

Para subir hasta la ciudadela hay dos opciones, o bien en uno de los autobuses que te deja en la base de las ruinas o, si quieres algo más especial, hacer la subida caminando. Para este último puedes hacer noche en Aguas Calientes y comenzar la ascensión de madrugada, de esa forma, tendrás la oportunidad de ver amanecer en Machu Picchu.

Y ya solo queda pasear por entre piedras llenas de historia y energía: el templo del sol, la roca sagrada, el intiwatana o el templo de las tres ventanas que se mantienen incólumes al paso del tiempo. Todo rezuma magia y es que te encuentras a dos pasos del Qosqo (Cuzco), el que para los incas era el ombligo del mundo.

Y esto solo es una ínfima parte de un país, Perú, cuya amplia y más que variada oferta turística hace que cualquier espíritu, cualquier inquietud o gusto queden satisfechos.

Si te gusta la historia solo necesitas pasear por alguna de las plazas de armas de sus ciudades emblemáticas (Lima, Cuzco, Arequipa, Trujillo…) para empaparte de su cultura secular; o pasar por alguno de sus museos, en la capital, por ejemplo, y comprobar todo lo que tiene que contar un país como este.

Que prefieres la aventura, no hay problema, embárcate en un trekking por el camino inca para entrar, a lo grande y por la puerta del sol, a Machu Picchu. O asciende por la ladera del impresionante Misti, el volcán que adorna el paisaje arequipeño.

¿Eres un amante de la naturaleza salvaje? Adéntrate en la selva amazónica desde Iquitos, navega entre focas y leones marinos por las islas Ballestas, al sur del país, o siéntate a observar cómo vuelan por encima de ti los majestuosos cóndores en el cañón del Colca.


Si te atraen los misterios ancestrales no tienes más que acercarte a Nazca, subirte a una avioneta e intentar imaginar cómo consiguieron los antiguos moradores de estas tierras trazar esas mágicas líneas que siguen siendo hoy una gran incógnita.

El problema de Perú es que tiene tantísimo que ofrecerte que tendrás que preparar bien tu viaje para no perderte nada. Seguro que encuentras lo que buscas.