martes, 12 de abril de 2011

NUEVA ZELANDA


EXÓTICAS ANTÍPODAS


 Autor: María José Espinosa
Fotos: Yohanna Medina

¿Por qué será que cuanto más lejos está el destino más atractivo nos resulta?
¿Es que en algún momento de nuestra gestación a algunos nos inyectaron un elixir de afán por la aventura, unas gotitas de alma de explorador o algún tipo de encantamiento viajero?
No lo sé, lo único que sé es que en el momento en que oigo las palabras Nueva Zelanda, o alguien me habla de este remoto lugar, o un reportaje me enseña las maravillas de ese país, se me abre el apetito y me entran unas ganas irrefrenables de vivir en primera persona lo que otros me cuentan. Quiero meter en mi mochila viajera trocitos de un mundo que se me antoja exótico y misterioso.

Todo lo que rodea a estas dos grandes islas colgadas en el Mar de Tasmania, en el Océano Pacífico, sugiere aventura, naturaleza, milenios de historia grabada en sus rocas, paisajes increíbles y un algo de salvaje, de cultura ignota que espera ser descubierta. Me imagino un viaje como el que hacían los grandes descubridores de hace siglos pero con las comodidades de nuestro tiempo.
Sueño con embarcarme en una batalla por la libertad, en la que hobbits, elfos, enanos y hombres se enfrentan a las fuerzas del mal de Mordor. Que yo sepa, Tolkien nunca estuvo en Nueva Zelanda, pero gracias a la magia del cine ya es imposible imaginarse su Tierra Media en cualquier otro lugar del mundo.
Y también quiero verlo. Deseo conocer sus cosmopolitas ciudades, ¿por qué no? Visitar Auckland, situada en la isla norte, entre bahías y volcanes, y también llamada ciudad de velas por la pasión que sienten sus habitantes por el deporte en el mar, o Christchurch, en la isla sur, que respira un ambiente muy británico. Quiero saborear las distintas texturas de su variada gastronomía, no dejarme nada atrás, sin probar.
Pero, sobre todo, me encantaría sumergirme en su mar, nadar con focas en Abel Tasman o con delfines en Bay of Islands, volar en globo por su cielo, caminar sus senderos bordeando lagos hirvientes o espumeantes cataratas, ver fiordos sin estar en el norte de Europa, comprobar la actividad volcánica de White Island, navegar en las entrañas de la tierra y ver como las luciérnagas iluminan las cavernas de Te Anau.  ¿Te lo imaginas?

Me encantaría descubrir lo que esconden lugares con nombres tan exóticos como Rotorua, Paihia, Waimangu, Waitomo, Waiotapu… Y encontrar que Nueva Zelanda no sólo invita al calor y el mar, sino que también ofrece oportunidades para los amantes de los deportes de invierno y que, en pleno verano boreal, aquí, en la isla sur, puedo esquiar o necesitar un buen abrigo para patear sus glaciares.

Volcanes milenarios crearon esta tierra de bravos guerreros maoríes que la llamaron Aoteaora (tierra de la gran nube blanca) y cuando pienso en ello veo las danzas escenificadas por el equipo de rugby neozelandés, que dan un poco de miedo pero que también me hacen desear estar allí y sentirlo en mi piel. Intentar comprender una cultura tan diferente a la mía y conocer el porqué de sus danzas, el significado de sus costumbres.
Me dicen que Nueva Zelanda tiene un poco de todo, que sus paisajes son distintos e impactantes, que tiene playas, acantilados, volcanes, lagos, especies animales únicas como el kiwi o el tuatara, que podría ser un descendiente directo de los mismísimos dinosaurios. Me explican que sus gentes son amables y acogedoras, que puedes viajar en plan lujo o aventurarte en una caravana e ir a tu aire, que puedes liberar adrenalina con actividades extremas o relajarte con tranquilos paseos…

En fin, me cuentan tantas cosas y todas tan maravillosas, que no puedo esperar más para hacer la maleta y ser yo la narradora de mi propia aventura neozelandesa. ¿A quién más le apetece?