miércoles, 30 de marzo de 2011

ROMA, AMOR ETERNO


Plaza del Capitolio
 (Piazza del Campidoglio)
primera plaza planificada de Roma.
Autor: María José Espinosa
Fotografias: María Angeles Vázquez

Pisé Roma por primera vez un verano cualquiera de hace muchos años. Ese mismo día me enamoré perdidamente de la Ciudad Eterna. Y se creó un vínculo con su esplendorosa decrepitud que ya nunca se podrá romper. Y sigo visitando Roma siempre que puedo, y volveré a la Fontana de Trevi, y repetiré el ridículo pero romántico ritual de lanzar la moneda al agua para asegurarme, una vez más, mi regreso.

 Plaza de San Pedro
 (Piazza San Pietro)
situada en la Ciudad del Vaticano

Porque Roma tiene un nosequé, un algo inexplicable, que engancha. Por supuesto están sus grandes monumentos, que no hay que perderse: el Coliseo, San Pedro, la plaza Navona, el Panteón, el Foro, la plaza de España, el castillo de Sant Angelo, la Fontana…, pero a mí lo que me encanta es callejear, pasear por rincones como el Campo dei Fiori, el Trastevere, descubrir una pequeña iglesia en cualquier esquina, encontrar una estatua en el patio de una casa desconocida… porque Roma es, en sí misma, un monumento.

El Coliseo de Roma
 (Colosseum en el latin original; Colosseo en el actual italiano)
anfiteatro de la época del Imperio romano

En una ocasión me contaron que existe una “ruta turística” alternativa, a la que sólo tienen acceso algunos privilegiados, que se encuentra dentro de las casas de particulares que un día decidieron hacer una obra en el sótano y se encontraron con maravillas del imperio romano: estatuas, columnas, pedazos de templos… obras de arte que nunca declararon para que no les pararan la obra. No sé si es verdad, yo nunca lo vi, pero parece bastante plausible teniendo en cuenta lo que fue esta ciudad en tiempos del Imperio de los césares.
Pero volvamos a los “grandes”. San Pedro es una maravilla de la arquitectura, independientemente de la religión que se profese. Uno se siente pequeño ante tanta grandiosidad y se te ponen los pelos de punta observando la Piedad de Miguel Ángel o la Capilla Sixtina, en el interior de los museos vaticanos. Vale la pena subir a la cúpula y contemplar toda la ciudad desde los cielos.

Vista de la cúpula, diseñada por Miguel Ángel
 Basílica de San Pedro
(Basilica di San Pietro)

Para seguir con los milagros salidos de la mano del genial artista italiano hay que acercare a San Pietro in Vincoli y ver, a dos pasos, el colosal Moisés, es impresionante. Y no menos espectacular es el Coliseo. La primera vez que lo vi tuve que pellizcarme para asegurarme de que aquello no era un sueño, de que de verdad estaba allí, delante de toda aquella historia. Y vinieron a mi mente imágenes de películas en las que los gladiadores luchan entre sí en la arena del mítico coso.
Y hay que seguir paseando, esquivando los motorinos que surgen de todas partes cuando intentas cruzar una calle. Porque Roma también es bullicio, ruido y tráfico caótico, pero todo eso desaparece cuando entras en la plaza Navona y ves sus monumentales fuentes, o te acercas al Capidoglio a buscar la famosa loba amamantando a Rómulo y Remo, o te imaginas a Audrey Hepburn, paseando en sus Vacaciones en Roma, por la plaza de España.
Por las callejas te encuentras edificios en estado lamentable, paredes desconchadas y hierbajos creciendo por entre las piedras, pero hasta esa decadencia es elegante en Roma y es que, como ya expliqué, aquí no se puede hacer obra, porque a poco que escarbes te topas con una reliquia arqueológica y entonces la obra queda paralizada.
Yo la prefiero así, decadente, romántica, que invita a la ensoñación. Nada tiene desperdicio en esta ciudad, hasta beber de sus fuentes para refrescarte en el tórrido verano, o contemplar la iluminación navideña en el frío invierno… cualquier época imprime una magia especial a la capital italiana.
Plaza de España,
 (Piazza di Spagna).
 El nombre le viene por el hecho de que fue regalada por Fernando el Católico
escalinata que sube hasta la iglesia de Trinità dei Monti. y la barroca Fontana della Barcaccia.
Y, por supuesto, están los italianos, tan latinos, tan encantadores. Cualquier mujer se sentirá halagada con los piropos de los ragazzi, es inevitable.
No basta con una visita. La primera vez te da el tiempo justo para visitar lo imprescindible, pero esta ciudad tiene tantísimo por descubrir que, si te enamoras como me pasó a mí, no te quedará más remedio que volver, y volver, y nunca será suficiente, porque Roma es eterna, no se agota. Y siempre quiero regresar.

El monte Palatino (en latín Collis Palatium o Mons Palatinus)
 forma parte de la llamada Roma Quadrata


martes, 15 de marzo de 2011

PEKÍN, PERLA MILENARIA

Barco de Mármol. Palacio de Verano Yí Hé Yuán "Jardín de la Salud y la Armonía"



Autor y fotografía: María José Espinosa



Caos. Tráfico incesante. Cientos de bicicletas que cruzan por todas partes. Contaminación… Y… escupitajos (sí, leyeron bien, escupitajos. No lo iba a decir pero es una realidad que no se puede ocultar. Los chinos escupen constantemente y en cualquier lugar, les da lo mismo). Y, sin embargo, nada de eso puede enturbiar la grandiosidad de Pekín, su encanto mezcla de decrepitud y tradiciones milenarias.



La Ciudad Prohibida Zǐjìn Chéng, literalmente "Ciudad Púrpura Prohibida"

Tendemos a pensar que Occidente es el primer mundo, el no va más de modernidad e historia y no nos damos cuenta de que la cultura asiática y, en concreto, la china se remonta miles de años. Fueron los chinos los que inventaron el papel, la imprenta, la brújula, la pólvora, la seda, el ábaco, las cometas… Algunas de sus creaciones fueron fundamentales en la divulgación del conocimiento y hay que quitarse el sombrero ante todo ello.
Como también tuve que descubrirme ante la belleza de esta ciudad. Es necesario buscarla, no con los ojos, que se topan con lo más superficial y no siempre bonito, sino más adentro. E incluso los empobrecidos Hutong tienen una luz especial. A lo mejor es que yo soy rara. El caso es que volvería a la capital china si tuviera la oportunidad, porque me queda mucho por descubrir.
Aún así, como primer contacto, tuve la gran fortuna de callejear por los Hutong, cenar en la calle de Los Espíritus, una avenida llena de restaurantes y adornada con farolillos chinos muy pintoresca; y tomar una cerveza en una de las terracitas que rodean los lagos. Viajé en el metro de Pekín y lo recomiendo a todo aquel que se sienta bajito, aquí será un gigante. En fin, todo muy auténtico.
Pero lo que hay que contar de Pekín, además de esas pequeñas cosas, son sus grandiosidades, como la tristemente famosa Plaza de Tiananmen: una explanada gigantesca donde siempre hay una enorme cola de chinos a la espera de visitar el mausoleo donde reposan los restos embalsamados de Mao Tse Tung. En uno de los extremos de la plaza está la entrada a la Ciudad Prohibida y, una vez que cruzas esas puertas, es como si la ciudad, con su tráfico y sus ruidos, desapareciera y entraras en uno de esos gusanos que te transportan en el tiempo y viajaras a la época del gran Imperio Chino. Y puedo asegurar que la experiencia es impresionante.
Con sólo poder visitar esta maravilla ya vale la pena el viaje. Aunque también están el Templo del Cielo, el Palacio de Verano, las Tumbas Ming… y lo que me faltó por ver… Tengo que volver, seguro.

La Gran Muralla China Cháng Chéng, "Larga fortaleza"

Y la guinda, el punto culminante y álgido del viaje llegó con la visita a la Gran Muralla China. Ese día hasta salió el sol para que pudiéramos ser testigos de la inmensidad de esta obra. Tuve que pellizcarme para creer que de verdad estaba allí, y me imaginaba la cantidad de vidas, de esfuerzo que se necesitó para construirla. Debió de ser duro y trágico pero el resultado, desde luego, es impresionante.
La visita a la Muralla tiene dos alternativas: a la derecha, la parte fácil y la difícil por el camino de la izquierda. Por la primera iba muchísima gente. Yo opté por lo complicado y arrastré conmigo a algunos compañeros, que temo que en algún momento se arrepintieron y mentaron a mi familia, sobre todo cuando el desnivel se hace casi imposible. Pero llegamos hasta el final y ese fue el mejor premio a nuestro esfuerzo.
Y ahora la parte práctica, que no me olvido. Sí, las compras, te puedes volver loco a comprar ropa y artículos de marca, todos copias pero de una calidad increíble y baratísimo. Y hay centros comerciales gigantes dedicados a ello… una pasada.
No sé si consigo transmitir las sensaciones que me provocó este viaje, que fueron muchas y muy gratas. Quizás sólo hay una manera de comprobarlo, yendo y viviéndolo en persona.
Y es que los chinos, a pesar de lo pequeñitos que son, lo hacen todo a lo GRANDE.
El Templo del Cielo Tian Tan

martes, 1 de marzo de 2011

ISLAS GRIEGAS. TODO UN CLÁSICO


Autor: María José Espinosa

Hoy me voy a convertir en un valiente pirata, o puede que elija ser capitán de un gran barco pesquero. También me valdría ser una intrépida descubridora de nuevas tierras… Da lo mismo, hasta podría ser todos esos personajes, uno cada día, porque una vez que esté en cubierta ya sólo tengo que echar mano a la imaginación y listo. Y es que hoy me voy de crucero. Y qué mejor elección que un clásico entre los clásicos: Grecia y el mar Egeo.
Empezaré en tierra, como buen navegante, para prepararme y hacer acopio de la energía necesaria para embarcarme en la aventura que me espera. Y lo haré en la capital helénica, porque no me lo puedo perder, porque es una visita obligada en este país.

Atenas

He llegado a oír que no vale la pena ir a Atenas porque lo único que hay que ver son piedras. Y a mí se me ocurre responder a ese comentario: “Sí, cierto, pero ¡qué piedras!” Mientras subo la ladera de la Acrópolis ya me acompaña la anticipación que provoca saber lo que voy a encontrar en la cima, porque lo he estudiado en los libros de historia y lo he visto en miles de fotos, y, sin embargo, al llegar, me encuentro con el imponente Partenón y con el templo de las cariátides y es cien veces más impresionante que cualquier foto o cualquier imagen de televisión, porque estoy ahí, “pisando” la historia, paseando por donde lo hicieron los antiguos griegos, con sus túnicas y sus sandalias de cuero. ¿Vale o no vale la pena?

Y tanta emoción da hambre, ¿no? Además tengo que ir bien aviada para el viaje por mar, así que lo mejor es que me siente en alguna de las terracitas del barrio de Plaka (a los pies de la Acrópolis) y deguste una sabrosa mousaka y un plato de sandía para refrescar y endulzar más la jornada. A continuación, dirijo mis pasos hacia el Pireo, el puerto ateniense donde embarcaré rumbo a la aventura.


Puesta de Sol en Rodas
 Esto de los cruceros es una maravilla, tengo un hotel con todas sus comodidades y diversiones y, además, no tengo que estar coge maleta para ir a tal sitio, guarda maleta, saca ropa, coge un transporte, vuelve a cargar con la maleta… ¡¡Qué va!! Aquí ese tema está solucionado. Es el propio “hotel” el que me lleva hasta el próximo lugar que quiero visitar y, en el camino, puedo ir tranquilamente tumbada leyendo al borde de la piscina, tomando el sol o paseando por cubierta mientras oteo el horizonte en busca de… ¡Tierra a la vista!


Seguro que es Mikonos, o quizás sea Santorini, las dos son islas de ensueño, como acuarelas pintadas en tonos azules y blancos donde disfrutar de mágicas puestas de sol, que le dan una pincelada naranja al cuadro. Tal vez las mareas me hayan llevado hasta Creta. Si es así me aventuraré por la ciudad de los caballeros y me internaré en el laberinto en busca del Minotauro sin olvidarme, eso sí, del hilo que me devuelva a la salida. ¿Quién sabe?, puede que el viento haya empujado mi barco hasta Rodas: calles empedradas, playas y calas turquesa, paseos tranquilos bañados por el Egeo.


Lindos
En mi retina quedan impresas las imágenes de lugares exóticos, no he tenido que viajar muy lejos y, a cambio, me he empapado de una cultura distinta a la mía, de historia y de mitos, de paisajes naturales de excepcional belleza. He sido actriz de cine subiendo la pasarela del barco, vigía avistando la ansiada tierra de cualquier navegante, millonaria tomando un cocktail al borde de mi piscina,… Sobre todo, he disfrutado de un viaje distinto, divertido y siempre sorprendente.  

Y, ¿saben qué es lo mejor?, que me siguen quedando infinidad de otras islas a las que navegar en cuanto me apetezca. Tengo todo el Mediterráneo a mi disposición.